A tan sólo 20 minutos en barco desde el pueblecito pesquero de Órzola en Lanzarote, encontramos La Graciosa, una isla que pertenece al Archipiélago Chinijo.
Un mar de calma envuelve todo el ambiente; sus calles con arena, la ausencia de coches, las puertas de las casas abiertas, bicicletas, locales bañándose en la playa del pueblo… parece la escena de un pueblecito de España en los años 70.
Para muchos visitantes ir hasta La Graciosa supone un momento de desconexión total; si ya en muchos puntos de Canarias en sí sientes esta sensación, La Graciosa supera a todo esto.
Nos vamos a encontrar con tan sólo dos núcleos: Caleta de Sebo y las Casas de Pedro Barba.
Caleta de Sebo es el “punto neurálgico” de la isla; nada más llegar en el barco veremos a varias personas que nos intentan alquilar bicicletas y, si no hemos leído nada acerca de la isla, podemos pensar “yo mejor me alquilo un coche”
¡Aquí el primer error! La isla no tiene carreteras asfaltadas, son sólo caminos de tierra y tampoco hay coches, ni para alquilar ni están permitidos en la isla. Lo único que veremos serán algunos todoterrenos autorizados que hacen las veces de taxi, por si alguna persona quiere desplazarse a otro punto dentro de La Graciosa ¡Ahora empezamos a pensar que igual alquilar una bicicleta tiene mucho sentido!
Sin duda, es un acierto; puedes desplazarte de una playa a otra en un tiempo prudencial (eso sí, con gorra y agua en la mochila) y vas a poder ver algunas de las playas y parajes más vírgenes e impresionantes que nunca antes hayas visto. Un buen ejemplo son La playa de La Lajita y la Francesa, casi justo enfrente a la Playa del Risco y al Risco de Famara en Lanzarote, desde donde ver un atardecer no se paga con dinero.
Justo a los pies de Montaña Amarilla, llegarás hasta una cala donde casi con seguridad vas a estar tu solo: es la Playa de la Cocina.
Desde ahí puedes seguir la ruta y alcanzar la playa más famosa de la isla: Playa de Las Conchas; arena blanca, agua cristalina, es y ha sido una playa de anuncio, sin lugar a dudas.
Podría continuar ennumerando más playas, calitas y rincones casi remotos pero merece la pena perderse en ella y descubrirlos cada uno a su ritmo, caminando, en bici, corriendo…
Pero, más allá de sus playas, sus fondos marinos para realizar inolvidables inmersiones y los paseos en bici, hay algo más místico en esta isla. Es una sensación que sólo puedes sentir cuando la visitas. El tiempo pasando muy lento, la soledad, los momentos para pensar, los paisajes únicos, el sonido del mar mientras duermes, el olor a sal, el respirar los Aliseos al amanecer, el tomar un café sentado en una roca, los colores únicos…Por todo esto puedo decir que merece la pena una visita.