por Teresa Llana, Senior Tourism Manager en VIA Outlets
Hace menos de un año estuve en Londres, en un foro turístico celebrado en los Docklands y, más allá de las lecciones y la información que compartida, los organizadores plantearon una cuestión que quedó grabada en mi memoria, y que ha cobrado aún más protagonismo tras meses de confinamiento: ¿Viajar es un derecho o un privilegio?
Desde que tengo memoria siempre he querido viajar, conocer de primera mano lo que a mi padre le gustaba leer o descubrir en los libros, experimentando la singularidad del mundo sin importar la distancia. Al regresar a ese momento en Londres, a la luz de las últimas semanas, no puedo evitar plantearme de nuevo esta pregunta desde otra perspectiva.
Viajar se ha convertido ciertamente en algo tan común y popular que no se considera un privilegio en los países desarrollados o más ricos; es más bien una forma de vida, y no muchos piensan en el impacto que los viajes tienen en las comunidades, el destino y, en última instancia, en uno mismo.
Nuestro concepto de viaje como mercancía difiere en países en los que alejarse de su ciudad natal significa escapar de la pobreza y de los conflictos.
Como diría mi padre, no somos viajeros sino nómadas, persiguiendo destinos, en lugar de sumergirnos en los lugares que visitamos. Esto difícilmente puede considerarse un derecho.
Antes y durante la pandemia, los consumidores, la industria turística, las autoridades y la sociedad en general, planteaban preguntas incómodas, pero necesarias, sobre los viajes que hacemos por placer, cuestiones que son ahora más relevantes que nunca.
El turismo debe buscar el equilibrio y, como viajeros, tenemos un compromiso y una responsabilidad sobre los lugares a los que vamos, las personas que viven allí y su forma de vida: tenemos que ser capaces de encontrar ese balance.
Los viajes “rápidos”, como la comida rápida, nos privan del verdadero significado de visitar un lugar, que no es otro que bucear, en la medida que deseemos, en la historia, la cultura, la gente y los destinos que nos reciben.
Reducir la velocidad, prepararse y explorar antes de partir, son actividades que tendrán otra dimensión y otro significado diferentes, porque querremos disfrutar del sabor particular y la verdadera esencia de cada destino.
La crisis del coronavirus nos ha enseñado una valiosa lección sobre el verdadero significado de la calidad, y esto tendrá un efecto sumamente importante en nuestras elecciones personales como consumidores y como viajeros. Buscaremos la relevancia y la conexión en lugar de la cantidad, y esto está ligado a que nuestras elecciones tendrán un propósito más allá del mero acto de consumo.
Más que un nuevo concepto de normalidad, estamos repensando lo que significa realmente la calidad. Los verdaderos viajes transformacionales implican pasar tiempo con los residentes, aprender sobre sus preocupaciones y alegrías, y abrirse nuevas perspectivas para crecer, aprender y crearse una opinión propia contrastada.
Estas experiencias son lo suficientemente poderosas como para dejar una huella positiva en los viajeros y en las comunidades.
La industria turística está asumiendo, en medio de cambios y desafíos radicales, la necesidad de equilibrar los beneficios, el empleo, el valor y el compromiso en la reconstrucción de una actividad económica muy relevante, centrándose en el poderoso concepto de la responsabilidad, tanto personal y social como mundial.
Algunos destinos ya eran conscientes del papel de los viajeros en la preservación de entornos muy delicados, como Islandia, o la comunidad autónoma de Asturias, que ya incorporó el concepto del compromiso de sus visitantes en «Guardianes del Paraíso».
Esta campaña que invitaba a los turistas a asumir un papel activo como “guardianes” de los tesoros naturales, las tradiciones únicas y las maravillas de este lugar, convirtiéndoles en embajadores de esta «manera» de disfrutar de un destino. De esta forma, no sólo te daban la bienvenida, además te hacían corresponsable del futuro y conservación del destino.
Estos tiempos difíciles e inciertos son una fuente de inspiración, que nos plantean preguntas muy significativas para el futuro que estamos construyendo para nuestra sociedad y para la industria turística en particular.
Los viajes son un privilegio y todos debemos asumir la responsabilidad de que este privilegio tenga un significado más elevado, apoyándonos en el equilibrio, la calidad y la responsabilidad. Estos tres pilares deben sostenerse no solo en las empresas y las autoridades, también deben tener eco en nuestras elecciones y comportamientos como viajeros.
Viajar es, en realidad, aprender. Nuestras interacciones con los lugares y destinos no fueron tan profundas como podrían haber sido.
Ahora todos nosotros, la industria y los viajeros, tenemos la oportunidad de contribuir, aprender y generar un impacto verdaderamente positivo, en el momento que asumamos cuál es nuestra aportación al equilibrio, la calidad y la responsabilidad al interactuar con los destinos y con nuestros compañeros de viaje.